martes, 23 de octubre de 2018

Perfil de M.T. Dri, por Graciela Montenegro


Del silencio y los muros, a la luz de las voces
Un perfil de María Teresa Dri

“Al  jacarandá me lo poda un señor misionero. No cualquiera sabe hacerlo. Es que si no, la rama me quita la luz. La luz es fundamental para mí”, me dice desde su espaciosa cocina-comedor inundada por los rayos del sol de la tarde. Toda su casa, que ella diseñó, está repleta de luz y colmada de bibliotecas. Es un primer piso por escalera, que a pesar de sus ochenta y tres años, María Teresa Dri, sube y baja con  agilidad .
Mientras busca unos vasos y la jarra con agua, me cuenta  que cuando llegó a Argentina se hospedó en diferentes pensiones hasta que descubrió este lugar en Villa Bosch, donde vivía una pareja que había compartido con ella el exilio en Francia. La  terraza servía para construir sobre ella. De a poco y con sus ahorros de cada mes fue haciendo cada rincón. Cuidó de que en ellos hubiera luz a raudales y muy pocas paredes.
 “Ya demasiadas paredes y oscuridad hubo en la prisión y en el colegio La Inmaculada Concepción de Lomas de Zamora, donde estuve pupila desde los nueve años  hasta los veinte, cuando tomé los votos”. 
 “Yo quería ser perfecta y lo único perfecto era ser santa porque para mi familia y mis creencias era lo máximo y entonces hice el noviciado: primer año como postulante, dos de novicia y después los votos”. 
Su voz abandona los graves y se trepa ascendente por una escala de sostenidos e inesperados silencios de fusa,  cuando  habla de esa que fue Sor Marie Francine, una monja de los ’60 dedicada a la docencia.
Ejerció como maestra jardinera y directora de escuela primaria. También condujo escuelas secundarias en Córdoba. Introdujo cambios pedagógicos en esas instituciones al trabajar por áreas y desde el arte.
La invade  una cadencia desconocida  que se le desparrama por el cuerpo cuando recuerda el Cordobazo, el Concilio, los curas obreros, la movida en el seminario,  las panfleteadas políticas por la noche y su posterior remoción de esas escuelas, para trasladarla a Buenos Aires contra su voluntad. Su actividad social incomodaba. Frente a las imposiciones decidió renunciar a sus cargos. “Son muchas cosas las que me motivaron a dejar los hábitos, pero la realidad me marcaba otro camino”.  y entonces me cuenta de su ida  a Resistencia, ya como seglar. Allí se reencontró  con su hermano Rubén, que era sacerdote y  trabajó en zonas marginales.Alfabetizó a campesinos, fue vendedora, administrativa. Es evidente que hizo otros votos, con otros compromisos, pero a esos, nunca los dejó. 
El sol de la tarde de Bosch le ilumina de lleno los ojos celestes, que ahora tintinean.

Casi con el orgullo con el que supo mostrarme sus malvones y su pequeño jardín aéreo, me presenta su biblioteca o sus bibliotecas. Quizás toda su casa sean sus plantas, los libros y la luz que empapa las pocas paredes.  “Tuve que aprovechar cada centímetro para poner mis libros y mis papeles”. Y Stravinsky le hace marco a sus palabras encendidas, que contrastan con el habitual silencio de María Teresa. Sus palabras  conducen por una casa poblada de libros y recalan en  un estante especial en el que reposan, (quizás sea una ilusión óptica) sus propios volúmenes. TODO ESTABA EN ORDEN , 1999, El Francotirador Ediciones, Bs. As.;  EL SILENCIO VA A MI LADO , 2000, Bs. As. Editorial Nueva Generación;  SE PRONUNCIA EL SILENCIO, 2002, Línea abierta editores, Bs. As;  ESE ANDAR BUSCANDO , 2005, Ediciones Patagonia ; MÁS ALLÁ DE LA PALABRA, 2008 Ediciones Patagonia ; LOS NOMBRES O EL HIMNO SAGRADO DE LOS CUERPOS, 2010 Ediciones Patagonia;  MÁS ALLÁ DEL ASOMBRO , 2014 Ediciones Patagonia.  
El ballet La consagración de la primavera pareciera apimpollar la memoria o quizás  el estar frente a los retoños, sea lo que le hace recordar su génesis. “Después vinieron dos detenciones, la persecución de la Triple A, un año en prisión, y el exilio primero en España y luego en Francia, para regresar en 1986”. 
Durante todo el tiempo la escritura pobló de  manuscritos varias cajas con las que viajaba y que resguardó en silencio. Un silencio que comenzó en el horror. En esa concatenación de amaneceres grises¸ de exilios y desarraigos, de túneles negros y sin salida, de miedo como norma, de noches asesinas, de espanto, de gritos alejándose y preguntas invadiéndola,  de traiciones y cárceles, presentados como instantáneas, casi como dentelladas en una recursividad de personajes que se desdoblan, se impregnan de una primera persona, y se resuelven en biografías paralelas.
 “Una cosa es escribir y otra cosa es editar. Yo escribí desde siempre, amaba las composiciones de la escuela, pero -como todos- escribía en libretitas. Alguna vez publiqué algo en algunas revistas y después el profesorado me limó mucho para el tema de la escritura. Pero no hice el profesorado para escribir sino para enseñar. Sin embargo fue Laura Bonaparte, mi psicóloga, la que me dijo que tenía que escribir mis vivencias. María Teresa, vos sos la memoria. Tenés que editar. No venís más acá si no publicás. Y ahí empecé a escarbar y a seleccionar”. Es entonces cuando comienzan a ver la luz sus libros.  
Hubo un hondo y ahuecado grito que nació en el silencio del exilio.  Se hizo voz hace casi veinte años. Desde entonces María Teresa viene regalando su cosmovisión de compromiso y resistencia usando la noble azada de la metáfora y con la sola y trabajada semilla de la palabra .   

Hace muy pocos días, el 20 de diciembre, la vimos llorar a María Teresa. Era de emoción. En Asamblea General, los escritores de la Seccional de SADE de Tres de Febrero la habían elegido como su presidente. El aplauso cerrado fue el reconocimiento para estos años de incesante y prestigioso trabajo literario. Pero eran también una nueva entrega al compromiso, a la responsabilidad y a su vocación de servicio, en momentos en que las aguas literarias del distrito se encuentran amenazadas por los remolinos de las apetencias de poder personal y las antiguas gestiones paternalistas.
La luz de las voces se ha instalado de lleno en sus silencios.
                      Graciela R. Montenegro



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